Jefté de Galad fue un valeroso guerrero muy diestro e invencible en el campo de batalla. La historia nos comenta que derrotó a los Ammonitas un pueblo super pagano enemigos acérrimos de los israelitas y a los eframitas una tribu que desafió su autoridad. No obstante, el destino le tenía deparado una gran tragedia que tocaría sus más ínfimos sentimientos, una promesa que lo obligaría a sacrificar su única hija.
Este hombre se describía como un paladín o héroe intachable de Israel, había sido deseredado de su tierra Masta de Galad por ser hijo de una ramera. Este se convirtió en proscrito encabezando un gupo de bandidos que operaban en las montañas de Tob, cerca de los inmediaciones del desierto de Arabia. Posterior a su destierro su tierra natal Galad estaba en aprietos casi lista a ser atacada por los ammonitas y los ancianos deciden envíar a buscarlo para que fuera el líder en esta la lucha.
En Jueces 11:6-7 Jefté se reune con los ancianos y los encara diciendo: "No me aborrecisteis vosotros y me echasteis de la casa de mi padre, por qué, pues, venís ahora a mi cuando estais en aflicción". Los ancianos replicaron que por esa misma causa volvían a él. Mediante este acuerdo podemos apreciar como Jefté es rescatado de su condición de proscrito ocupando un lugar de honor entre su pueblo.
Lo bueno estaba por venir, el guerrero aceptó combatir con la condición que también gobernaría a Galad cuando la paz volviera esa tierra. El pacto se selló ante Yavé y nuestro personaje se presentaba ahora como caudillo y jefe. En su nueva incumbencia su primer movimiento fue enviar unos emisarios ante el rey de los ammonitas para negociar la paz. Este a su vez se negó rotundamente y el espiritú de Jehova se hizo presente en Jefté comenzando los preparativos para la batalla.
Antes de la batalla Jefté hizo un juramento o promesa ante los ojos de Jehova, replicó que si Yavé le otorgaba la victoria sacrificaría a la primera persona de su casa que le diera la bienvenida. No se imaginaba que esa promesa se convertiría en fatídica teneiendo que pagar un precio muy alto. Llegó la batalla y la victoria fue grande de las manos de Dios, al volver a su casa quien lo recibe es su hija que venía al frente de una procesión que cantaba y danzaba tradicion luego de la victoria. Cuando Jefté se da cuenta que quien viene al frente de la procesión es su hija se rasgó sus vestiduras y la angustia invadió todo su ser.
Luego que Jefté le cuenta a su hija, esta con una admirable y espantosa serenidad aceptó el mandato divino para que se cumpliera lo estipulado. Sin embargo, la muchacha le dijo a su padre que le diera tiempo, le dijo: déjame libre dos meses por que durante este periódo recorreré los montes con mis compañeras, llorando mi virginidad. El padre aceptó la petición de su hija y a su regreso se consumió el sacrificio.
EDWIN KAKO VAZQUEZ
ESCRITOR E HISTORIADOR
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