El siguiente día vio Juan (El Bautista) a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Juan 1:29.

En esta expresión con que Juan el Bautista designó a Jesús hay como el anuncio de todos los sufrimientos que tendría que padecer el Señor. Porque el pensamiento sobre el cordero está ligado al sufrimiento. Así, cuando Isaías profetiza acerca del siervo de Dios, lo describe como un siervo sumiso y doliente, como un cordero llevado al matadero (Isaías 53:7-8). El título de Cordero de Dios también evoca la muerte del Señor Jesús. Él es aquel cordero pascual, cuya sangre protege del juicio, como fue anunciado de manera velada en Éxodo 12.

Porque Jesús, el Cordero de Dios, se ofreció a sí mismo para cumplir la voluntad de Dios; llegó a ser el Salvador de una multitud de creyentes de toda lengua y nación. Sin su muerte como sacrificio expiatorio no habría ninguna esperanza de salvación para nosotros.

Pero también, por ser el Cordero de Dios, Jesús es el Señor de la Historia, el único digno de abrir el libro de las revelaciones de Dios referentes a la tierra (Apocalipsis 5:5-7), para juzgar con justicia al mundo (Hechos 17:31) y establecer un reino de paz universal. Pronto todos los resultados de su muerte se verán en el cielo y aun en la tierra (2 Pedro 3).

En cuanto a los creyentes, desde ahora tienen la garantía de la victoria final del Cordero de Dios, el Cordero vencedor, “el Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16). “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea la gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).

Fuente: El versiculo del dia

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