LA UNCION DE BETANIA-- SIGNO MISTERIOSO Y PROFETICO DE LA MUERTE DE JESUS

En esta ocasión Jesús esta siendo espiado por los sumos sacerdotes y los escribas quienes lo andaban buscando para préndelo mediante engaño y darle muerte. Se acercaba la fatídica Pascua, y aunque Jesús sabía que estaba cercana la hora de su muerte, no se abandono al retiro de toda compañía o a la melancolía. Ahí esta y va en camino hacia una aldea en Betania donde cenara en casa de un hombre llamado Simón el leproso. (Marcos 14:3).Esa noche ocurriría algo inesperado, según el libro de Marcos una mujer descocida entro hasta donde estaba Jesús.



Esta llevaba consigo un frasco de alabastro lleno de un precioso perfume de nardo importado desde muy lejos. Sin mediar palabra alguna se acerco y derramo el contenido del frasco sobre la cabeza de Jesús. Esta sin lugar a dudas, era una muestra extraordinaria de respeto y aprecio a Jesús por parte de una mujer que no pensó que fuese demasiado caro un perfume para el Maestro.


Algunos consideraron que esta acción era un desperdicio, pero el perfume que valía 300 denarios era el sueldo anual de un jornalero, simbolizaba su donación total y la unción de Jesús como rey, pero un rey que triunfa, no desde el poder de sus ejércitos, sino desde la debilidad de la cruz. Sin embargo, Jesús cuyos pensamientos estaban centrados en su muerte vio algo invaluable en aquel acto, replico que este hecho se publicara dondequiera que se predicase el Evangelio.


Maria hizo mucho más con este acto de afecto y simpatía que lo que habría podido hacer vendiendo el ungüento para beneficios de ellos, porque ese amoroso ha inspirado diez mil habanas de abnegación. En cuanto a Simón el leproso, se piensa que era el marido de Marta, pero no hay ningún texto que de pie para ellos, al parecer fue curado por Jesús y la cena se celebro en su casa. Muchos comentaristas identifican esta mujer con Maria de Magdala y con la mujer de Lucas (7:36-50), pero el texto sagrado da a entender que se trata claramente de tres mujeres distintas.


REFLEXION


"Y la casa se llenó del olor del perfume" El acto de amor de María hacia el Maestro fue el verdadero aroma que llenó la casa aquel día. Ésta es y será una de las grandes paradojas del evangelio: "hay más felicidad en dar que en recibir".El evangelista resalta que el perfume era de gran valor. Algunos lo consideraron una exageración, un derroche, un desperdicio... Sin embargo, nos damos cuenta de que no es una forma de pensar exclusiva de aquellos tiempos, sino algo que se extiende hasta nuestros días.


El perdón viene interpretado como debilidad, la generosidad como locura, el servicio a los demás como una humillación. Y es que el metro con el que se juzgan esos actos sigue siendo el egoísmo y no el honor que se nos otorga al tener la oportunidad de dar gloria a Dios y de amarle en nuestros hermanos. Poder donarse a los demás es un verdadero honor, pues Cristo siempre cumple la promesa que hizo a quienes siguieran sus enseñanzas: "el ciento por uno en esta vida y la vida eterna en el cielo".


Amar a Dios y a los demás nos exige un precio (entregar alguna comodidad, dejar que otro sea preferido a mí, ceder mi tiempo, etc.) pero a la vez nos otorga la felicidad más grande del hombre. ¡No tengamos miedo a ennoblecer nuestra vida con el perfume del amor!


CONCLUSION

La unción de Betania nos ayuda a repensar a fondo las motivaciones de la vida consagrada. Esta sólo puede encontrar en la entrega total y exclusiva a la persona del Señor su porqué, su razón de ser. Si bien, en lo que se refiere al servicio al prójimo, la vida consagrada está flanqueada por otras formas de servicio que han alcanzado su eficiencia, su verdadera y última justificación debe encontrarse en otra parte: la vida consagrada se despliega en el plano de la entrega personal al Señor, una entrega que puede llegar hasta el «derroche» de la propia vida.

La unción de Betania nos dice que la vida consagrada no es, en primer lugar, entrega a un ideal de perfección, un compromiso con un proyecto de servicio generoso o un desgastarse en una misión particularmente absorbente, sino que es, ante todo, una entrega a la persona de Cristo. Es preciso haber sido sorprendidos, maravillados, asombrados, sacudidos, íntimamente conmovidos por el acontecimiento del Señor, para dejarse ir a la loca decisión de dedicar la propia vida a él y por él.


Sin embargo, a los ojos de los hombres, la vida consagrada puede parecer, con mayor frecuencia de lo que creemos, un derroche: la persona que elige hoy este tipo de vida realiza un gesto poco comprensible, y aparece como extraña y enamorada. Pero tal vez sea ésta la provocación más urgente para el hombre de hoy: como Jesús se «derrochó» con una vida comprometida y dramática para hacer creíble el amor de Dios, así la vida consagrada se «derrocha» para hacer creíble el amor de Jesús a toda persona humana.


Hasta los momentos que -vistos, por así decirlo, desde dentro, es decir, de la misma persona consagrada- parecen vacíos y, por consiguiente, inútiles y objeto de derroche, son, en realidad, verdaderos momentos que hacen participar en la misma «locura» de Cristo, porque entonces es cuando el frasco de nuestra existencia se rompe y perfuma toda la casa.

AMEN

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