Pedro describió la diferencia entre la hermosura que agrada al
mundo y la que agrada a Dios:
“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de
adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del
corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque
así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas
mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos.”
(1 Pedro 3: 3-5.)
“Engañosa es
la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa
será alabada.” (Prov.31:30.)
El profeta Isaías había dicho de él:
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra
seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas
sin atractivo para que le deseemos.” (Isa. 53:2.)
Jesús mismo no trató de hacerse agradable a los ojos de los
hombres. Dijo que no tratáramos de ser vistos de los hombres, para
ser alabados por ellos, porque entonces no recibiremos una recompensa
de parte de Dios. Jesús observó que los que quieren impresionar
a los hombres “ya tienen su recompensa”.
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