“No codiciarás la casa de tu prójimo…”

Estas fueron las últimas palabras que en medio de estruendos y relámpagos habló Dios desde la cumbre del monte Sinaí a los hijos de Israel mientras estos se estremecían y temblaban en gran manera a la voz tronante de Dios. “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Éxodo 20:17

El diccionario Larousse define la palabra codicia como: ambición, ansia exagerada de riquezas, ambicionar, desear con vehemencia, ansiar.

A este último mandamiento parece no dársele en la actualidad la relevancia debida, se le toma con ligereza o se le coloca en categoría de menos grave en la sagrada lista. Mientras el resto de los mandamientos implican un acto visible al llevarse a la práctica, a la codicia se le toma con frecuencia como irrelevante.
Resulta conveniente para el hombre carnal adoptar el dualismo pagano que dice “la mente y el cuerpo están separados, la intención y el acto divorciados” o también “las acciones no importan sino la intención del hombre.” Cualquier aspecto del dualismo produce irresponsabilidad. Lo cierto es que nuestros pensamientos afectan nuestras acciones y Dios en su infinita sabiduría finaliza el Decálogo de una manera tajante e intensa agravando así la ley o dejando asentada la espiritualidad de la ley.

Codicia: principio de todo pecado

Tuvo su origen aun antes de la creación cuando Lucifer codició la posición que no le pertenecía y quiso ser semejante al Altísimo (Isaías 14:14). Teniendo antes una posición extremadamente privilegiada como querubín grande y protector, creado en perfección (Ezequiel 28:13-19).
De igual manera en el huerto del Edén, Adán y Eva teniéndolo todo para saciar todas sus necesidades, Eva vió que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría (Génesis 3:6). Ya conocemos el resto de la historia y sus consecuencias.
La codicia, pecado, y pecados en proceso

Comienza sutil e inofensivamente, quizás con una mirada, sembrando un deseo en el corazón; se recrea en el pensamiento deleitándose en la idea, va así desarrollándose hasta que se logra consumar. Santiago 1: 13-15 Nos enseña como el pecado se concibe y se da a luz y siendo consumado da a luz la muerte.
La violación al último mandamiento trae como consecuencia la violación de otros mandamientos como reacción en cadena. El rey David, también teniéndolo todo, codició lo que no le pertenecía, la mujer de Urias Heteo (2 Sam. 11:2). Lo que empezó con una mirada codiciosa, desencadenó en una serie de pecados gravísimos. Su pensamiento inicial no fue matar al esposo de Betsabé, sin embargo su maldad fue escalando hasta alcanzar niveles insospechados, hasta que el profeta Natán le revelo a David lo horrible de su pecado.

La codicia no te permite disfrutar lo que tienes y causa infelicidad, ansiedad y depresión

En Lucas 12: 13-20 Jesús nos enseña en la parábola del hombre rico que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Para empezar este hombre también lo tenía todo (en el sentido material); había producido tanto que no tenía donde guardar sus frutos. Pensó, ¿que haré? Luego se dijo asimismo, esto haré: “derribaré mis graneros y los edificaré mayores y allí guardaré todos mis bienes.” Note la característica del necio que posee muchos bienes; toma decisiones sin consultar a Dios porque se siente autosuficiente. Continúa diciendo, “y diré a mi alma, alma muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come bebe, regocíjate.” Esto indica que nunca había disfrutado lo que tenía. Así es el necio, nunca disfruta las bendiciones que tiene, pues siempre está planeando como aumentar su ganancia, como será su próxima casa, su próximo coche o su siguiente viaje. Nunca será suficiente lo que posee.

La sociedad en que vivimos estimula la codicia

A través de los anuncios publicitarios en los medios de comunicación, se nos dicta como debemos de vivir para “ser felices”, que debemos de vestir, comer y beber. Nos dice que lo que tenemos no es lo suficiente agradable, rápido, grande o efectivo. Nos hacen creer que la vida es bella cuando se tiene mucho dinero.

Aun en ciertos círculos religiosos es común mirar desde púlpitos suntuosamente adornados, a predicadores luciendo costosos trajes de diseñador, entre los destellos de su fina joyería, distorsionan su imagen impecable para promocionar con firme convicción la popularísima “doctrina de la prosperidad.” Esta seudodoctrina invita al cristiano a vivir en prosperidad económica e indica que hay que reclamar a Dios nuestro derecho a la prosperidad. Ignorando el sabio consejo que el apóstol Pablo nos da en 1 Tim 6:9, alertándonos que podemos caer en codicias necias y hundirnos en perdición. “Porque los que quieren enriquecerse, caen en tentación y lazo y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición.”
No hay nada malo en ser bendecido con posesiones, pero es peligroso cuando nuestra confianza esa puesta en lo que poseemos y nuestro corazón se inclina a la codicia.

¿Cómo podemos cumplir este último mandamiento de la ley de Dios?

El apóstol Pablo dice que si hubiera que confiar en la carne, el tendría mucha razón (Filipenses 3:4) porque él era irreprensible en cuanto a la justicia que es en la ley. Pero al entender que la ley es espiritual y no carnal (Rom 7:14), declara entonces que el pecado que moraba en el, producía toda codicia (Rom 7:8). Por lo tanto no podía vencer carnalmente sino que a través del espíritu, pues la codicia nace en el corazón. Después en (Filipenses 4:11) nos dice: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.”

En Prov. 1:19 nos dice que “la codicia quita la vida de sus poseedores.” El último mandamiento no lo dio Dios para restringirnos, sino para protegernos de las graves consecuencias de toda una serie de pecados que se terminan cometiendo cuando se practica la codicia.

Vivimos en una sociedad agonizante donde las cifras de divorcio crecen alarmantemente y sus efectos producen una escuela de innumerables daños, elevando los niveles de criminalidad y diversos problemas; y todo tuvo su origen en la codicia.

Repito: Nuestros pensamientos afectan nuestras acciones Por eso la palabra de Dios nos exhorta: “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de el manda la vida” Prov. 4:23. Continúa diciendo en el verso 25, “tus ojos miren lo recto y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.”

Conclusión

Que el anhelo de nuestro corazón no sea el de posesiones terrenales, sino tomemos el ejemplo de Abraham que por fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios (Heb. 11:8-10)

1.¿Cree usted que podemos transmitir la codicia a nuestros hijos?
2.Podemos decir en este momento, “Señor examina mi corazón y líbrame de todo indicio de codicia.”

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