«Tengo muchas ganas de tener novio/a, pero no encuentro la persona deseada.

Además, la mayoría de mis compañeros ya tienen su pareja. Ello aún me crea más presión. ¿Qué puedo hacer?»

El deseo intenso de tener novio/a no es algo anómalo. ¡Lejos de ello, lo
extraño es no tener este deseo! La mayoría de seres humanos anhela
encontrar una persona con quien relacionarse, aunque no sea
necesariamente un esposo/a. Esta necesidad de compañía y de compartir
tiene una explicación hermosa: es el resultado de estar hechos a imagen
de Dios. Cuando Dios creó al hombre, puso en su corazón el anhelo de
relacionarse porque así es la esencia misma de Dios: él no es una sola
persona, un singular, sino un plural, tres personas. ¡La existencia de
Dios en Trinidad no es casual! Si Dios mismo no existe en solitario,
alguna lección importante debe haber en ello. La soledad no es buena.
Este fue precisamente el primer comentario que Dios hizo sobre el ser
humano: «no es bueno que el hombre esté solo, le haré pues ayuda
idónea»(Gn. 2:18). Todos en esta vida necesitamos una «ayuda idónea»,
que puede venir en forma de esposo/a, pero también a través de una
amistad sólida. La misma esencia de la Trinidad en forma de «tres» y no
de pareja nos recuerda que el matrimonio no es el único marco para
desarrollar relaciones ricas y profundas (ampliaremos este punto
después).

En esta línea, cuando un chico y una chica salen juntos, la meta primera
no debe ser pensar ya en el matrimonio, sino conocerse mucho y
disfrutar de la relación en sí. Antes que novios, deben aprender a ser
amigos. Muchas parejas hoy pasan de ser simples «conocidos» a novios,
saltándose la etapa intermedia de amigos. Este es un error importante
porque desaprovechan un medio insustituible de crecer como personas y
desarrollar este aspecto relacional de la imagen de Dios en nuestra
personalidad. Entender y respetar la progresión de estas tres etapas le
quita mucha presión a la relación. El matrimonio es un resultado
posible, pero no imprescindible, del noviazgo. Más vale un noviazgo roto
que un matrimonio deshecho.

Ahora bien, ¿cómo esperar hasta que Dios me muestre la persona adecuada?
¿Qué actitudes son las correctas? La Biblia tiene mucho que enseñarnos
en cuanto a cómo actuar en períodos de espera y de búsqueda de la
voluntad divina. En hebreo, la palabra «esperar» implica tres actitudes,
a cuál más importante:

Confianza

Es la certeza de que Dios conoce y dirige mis pasos, en este caso mi
búsqueda (Sal. 37:23-24). Este pensamiento nos infunde tranquilidad de
espíritu, paz, y nos libra de la ansiedad tal como la describe Jesús en
Mt. 6:31-32. En este sentido, la oración posee un efecto insuperable:
«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz
de Dios... guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús» (Fil. 4:6-7).

Actividad

Buscar con diligencia las posibles evidencias de la guía del Señor. En
algunos pasajes incluso se menciona la palabra «inquirir», investigar.
Esta fue la actitud del profeta Habacuc después de exponerle su queja a
Dios (Hab. 2:1). Esperar la respuesta de Dios excluye la pasividad. Uno
no puede quedarse de brazos cruzados pensando que Dios lo hará todo.

Paciencia

El salmista nos declara este aspecto de la espera en un conocido
versículo: «Pacientemente esperé a Jehová y se inclinó a mí... » (Sal.
40:1). La paciencia nos libra de la prisa, de la búsqueda frenética,
«contrareloj» de un candidato a esposo/a. Uno de los errores más
frecuentes en este asunto es la precipitación, no ir en sintonía con el
calendario de Dios. El joven debe actuar como el labrador que «espera el
precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba
la lluvia temprana y la tardía» (Stg. 5:7). No podemos dejar que la
fruta se pudra en el árbol, pero tampoco cogerla verde.

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