“Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está delante del Jordán; y beberás del arroyo; y Yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer” (I Reyes 17:3,4).
El suceso del monte Carmelo fue una dulce victoria, no obstante, había una persona incrédula ante este milagro acaecido en la montaña, la reina Jezabel, esposa de Ajab. Le ejecución de los profetas de Baal no quitaron en absoluto la lealtad de la reina hacia su dioses y decide entonces darle muerte al profeta de Dios, no sin antes enviarle un mensaje que decía “-Que los dioses me castiguen, si mañana a esta hora no estás tú tan muerto como ellos”. Elías al enterarse que su cabeza corría peligro decide escapar hacia el sur, al desierto de Neguev.
Ya en su escapada Elías estaba afligido y clamó a Jehová “-Basta Jehová, quítame la vida, que no soy mejor que mis padres”. Elías al parecer había esperado lograr una victoria definitiva para Jehová tras el suceso del monte Carmelo, pero mientras huía comenzaba a sentirse derrotado. Continuó su viaje llegando a una cueva que estaba por los alrededores y pensó “-aquí Ajab nunca podrá encontrarme, era un lugar desolado y ningún sonido rompía el silencio, estaba solo completamente con Dios.
Ya el hambre comenzaba a atacar a Elías y se preguntaba que haría para encontrar comida, no quería abandonar la cueva temiendo que lo encontraran. El tiempo transcurría y llego la tarde, ya dispuesto a descansar apareció un cuervo que voló hacia él dejando caer algo, cuando Elías lo recogió era alimento. Me imagino la cara que habrá puesto, que extraño que un cuervo actuara de esa manera o tal vez era un accidente de ocasión.
Pero su duda se desvaneció cuando otros cuervos venían y dejaban caer algún bocado. Cuando Elías miró hacia arriba y vio el alimento que caía como del cielo, se acordó de la promesa que Dios ordenaría a los cuervos que lo alimentarían. Hermanos aquello debió ser maravilloso, los cuervos llevaban pan por la mañana, carne en la noche y para bajar el alimento nuestro personaje bebía agua de torrente.
Día tras día continúo esta maravilla y Elías se admiraba más de la bondad que Dios le mostraba al cuidarlo con gran fidelidad. Sin embargo, notó que el agua del arroyo donde bebía se estaba secando gradualmente hasta el punto de no quedar nada. Elías entonces decidió que tenía que ir a otro lugar, pero a donde?, entonces Dios le dijo “-Vete a Serepta, de Sidón y mora allí, yo le he dado orden a una viuda para que te mantenga”.
Reflexión:
Notemos bien el orden; primero el mandato divino, y luego la preciosa promesa. Elías habla de cumplir el mandamiento divino para poder ser alimentado sobrenaturalmente. La mayoría de las promesas de Dios son condicionadas. ¿No explica esto la razón de que muchos de nosotros no saquemos ningún bien de Elías, al dejar de cumplir las estipulaciones? Dios nunca premia la incredulidad ni la desobediencia. Nosotros somos nuestros peores enemigos, y nos perdemos mucho por nuestra perversidad.
El requerimiento de Dios, no sólo proporcionaba a Elías una prueba real de su sumisión y su fe, sino que era también una demanda severa a su humildad. Si su orgullo hubiera prevalecido, hubiera dicho: “¿Por qué he de seguir tal línea de conducta? Actuaría como un cobarde si me ‘escondiera’. No tengo miedo a Acab, y por lo tanto no me recluiré”.
Algunos de los mandamientos de Dios son verdaderamente humillantes para la carne, además, el cumplimiento del mandato divino representaba una carga para el aspecto social de la naturaleza de Elías. Pocos hay que puedan soportar la soledad; en verdad, para la mayoría de las personas, ser separado de sus semejantes, seria dura prueba El profeta cumplió el mandato de Dios sin duda ni dilación. La suya era una bendita sujeción a la voluntad divina: estaba preparado tanto a llevar al rey el mensaje de Jehová como a depender de los cuervos.
Ojalá todos fuésemos tan prontos a obedecer la Palabra del Señor como Elías. Bienaventurados somos cuando le obedecemos en circunstancias difíciles, y confiamos en Él en la oscuridad. Pero, ¿por qué no habríamos de poner confianza implícita en Dios y depender en su palabra de promesa? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? ¿Ha faltado jamás a su palabra de promesa? Así, pues, no abriguemos recelo incrédulo alguno en cuanto a su futuro cuidado. Los cielos y la tierra pasarán, pero jamás sus promesas. El proceder de Dios para con Elías ha quedado registrado para nuestra instrucción; ojalá, hable a nuestros corazones de manera que reprenda nuestra desconfianza impía y nos lleve a clamar sinceramente: “Señor, auméntanos la fe”. El Dios de Elías vive todavía, y jamás abandona al que confía en su fidelidad. La naturaleza entera cambiará su camino antes de que una sola de sus promesas falte. Qué consuelo para el corazón que confía: lo que Dios ha prometido, ciertamente lo hará.
EDWIN “KAKO” VAZQUEZ
ESCRITOR E HISTORIADOR
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