Muchos se preguntaran porque la gente acostumbra colocar en su casa una biblia abierta con el Salmo 91. Pues dejenme decirle que la mayoria de esa gente ni siquiera sabe que dice ese Salmo, que significa, lo más grave aún lo maravilloso y sagrado que encierra su escrito.
La palabra "Salmo" proviene de un verbo griego que significa "tocar un instrumento de cuerdas", y se utilizó originariamente para designar los cantos acompañados por ese instrumento. Este último se llamaba "Salterio", pero más tarde el nombre perdió su significación original y comenzó a ser empleado como sinónimo de LIBRO DE LOS SALMOS.
El Antiguo Testamento contiene numerosos textos poéticos con características similares a las de los Salmos. El célebre Canto de Moisés (Ex. 15. 1-18), el himno de victoria entonado por Débora y Barac (Jc. 5), la elegía de David por la muerte de Saúl y Jonatán (2 Sam. 1. 17-27) y la lamentación de Jonás (Jon. 2. 3-10), son algunos de los muchos ejemplos que se podrían citar. Pero el tesoro de la lírica cultual y religiosa de Israel se encuentra fundamentalmente en el Salterio.
En realidad, el Salterio es el Libro de oración que los israelitas fueron componiendo a lo largo de varios siglos para dialogar con su Dios. A través de ciento cincuenta poemas religiosos, ese Pueblo fue expresando sus experiencias y las aspiraciones más profundas de su alma: sus luchas y sus esperanzas, sus triunfos y sus fracasos, su adoración y su acción de gracias, sus rebeldías y sus arrepentimientos y, sobre todo, la súplica ardiente que brota de la enfermedad, la pobreza, el destierro, la injusticia y de todas las demás miserias del hombre.
En el texto hebreo del Antiguo Testamento, los Salmos son designados con una expresión que significa "Cantos de Alabanza". Esta designación se adapta muy bien a un grupo de Salmos, pero resulta menos adecuada cuando se la aplica a todo el conjunto, ya que el Salterio incluye –además de los "Himnos" o "Cantos de Alabanza"– otros tipos de oración, en especial, las "Súplicas" y los "Cantos de Acción de gracias.
Los "Himnos" expresan la actitud de adoración del creyente frente a la grandeza y la bondad de Dios. En este grupo se distinguen, por su tema especial, los "Cantos de Sión" y los "Himnos a la realeza del Señor". Las "Súplicas" responden a la necesidad de apelar confiadamente a la misericordia divina en los momentos de necesidad, y se pueden distinguir dos tipos diversos: las súplicas "colectivas" y las "individuales". Los "Cantos de Acción de gracias" son una expresión de reconocimiento por la ayuda recibida del Señor, y también ellos se dividen en "colectivos" e "individuales". La característica distintiva de estos Salmos es el relato de los sufrimientos padecidos por el salmista y la solemne proclamación de los beneficios alcanzados.
A estos tres géneros se añaden otros grupos de salmos que presentan características especiales, sea de forma o de contenido. A ellos pertenecen, por ejemplo, los Salmos "sapienciales" y los "reales". Estos últimos cobraron una especial importancia cuando fue depuesto el último de los reyes davídicos. "Releídos" en sentido mesiánico, se descubrió en ellos un anuncio profético del día en que el Señor devolvería su antiguo esplendor a la dinastía davídica y establecería un Reino más perfecto aún que el de David. Dentro de dicha perspectiva mesiánica, el Nuevo Testamento aplicó esto Salmos a Jesucristo, el Mesías, "nacido de la estirpe de David según la carne" (Rom. 1. 3). Además, existen otras formas de Salmos, llamadas "mixtas" o "irregulares" porque en ellas se mezclan diversos géneros.
Al conservar el uso de los Salmos, los primeros cristianos no hicieron más que seguir el ejemplo de Cristo. Los Salmos, en efecto, animaron su constante diálogo con el Padre. Un salmo expresa el sentido de su misión, en el momento de venir a este mundo (Sal. 40. 8-9, citado en Heb. 10. 9). En sus peregrinaciones a Jerusalén, antes de iniciar su ministerio público, Jesús cantó los Salmos graduales (Lc. 2. 41-42). En la última Cena, entonó los Salmos que recitaban los judíos al celebrar la Cena pascual (Mt. 26. 30). Y en la Cruz, él recurrió una vez más al Salterio para expresar su dolor y su abandono confiado en las manos del Padre (Mt. 27. 46; Lc. 23. 46; Jn. 19. 28).
Ahora bien el Salmo 91 contempla lo siguiente:
91:1 Tú que vives al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Todopoderoso,
91:2 di al Señor: "Mi refugio y mi baluarte,
mi Dios, en quien confío".
91:3 Él te librará de la red del cazador
y de la peste perniciosa;
91:4 te cubrirá con sus plumas,
y hallarás un refugio bajo sus alas.
91:5 No temerás los terrores de la noche,
ni la flecha que vuela de día,
91:6 ni la peste que acecha en las tinieblas,
ni la plaga que devasta a pleno sol.
91:7 Aunque caigan mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha,
tú no serás alcanzado: su brazo es escudo y coraza.
91:8 Con sólo dirigir una mirada,
verás el castigo de los malos,
91:9 porque hiciste del Señor tu refugio
y pusiste como defensa al Altísimo.
91:10 No te alcanzará ningún mal,
ninguna plaga se acercará a tu carpa,
91:11 porque él te encomendó a sus ángeles
para que te cuiden en todos tus caminos.
91:12 Ellos te llevarán en sus manos
para que no tropieces contra ninguna piedra;
91:13 caminarás sobre leones y víboras,
pisotearás cachorros de león y serpientes.
Una sola idea se repite a lo largo de todo este Salmo: los que se refugian en el Señor pueden afrontar confiadamente cualquier dificultad, porque cuentan con la constante y eficaz protección divina, por lo tanto al momento de colocar nuestra biblia abierta con el Salmo 91, debemos tener presente que son versos inspirados a nuestro Padre Creador para que nos brinde toda la protección divina, debemos leerlo todos los días y confiar en que eso que dice allí se cumple en mi hogar, en mi persona y en toda mi familia. No coloquemos la bliblia como un simple adorno más, debemos darle el valor, la fe y confianza que se merece para que Dios haga su trabajo de protección, unión, amor y prosperidad en nuestros hogares.-
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